Tengo un hijo, tengo un perfecto hijo y no quiero estropearlo.
Hace más de dos años que me he rendido ante la caza, solo quiero tomar caldito y sentir que vivo en paz con algo que no sea mundano.
Tengo una cicatriz en el vientre, tengo una larga cicatriz en el bajo vientre, que yo sé que en el fondo me acompleja y narra una larga historia que aún no he sido capaz de escribir.
La guerra fría después de hacer a un niño, ya no es relevante, ya nada relativo a dolencias del corazón por malos amores será relevante para mí.
No sé cómo he podido vivir tantos años tantas cosas de un modo tan inconsciente, disociado e imprudente mientras me pensaba cuerda o me pensaba digna de seguir pensando así.
Mi hijo, tiene nombre propio, desde que aún estaba en mi tripa, y espero que le guste su propio nombre y que le sirva para darse el valor necesario todos los días de su vida, esa vida, que va a ser decidida por su propio corazón y por su propio cerebro,
su cerebrito.
Mi manera de proceder y de procesar en el día a día ha cambiado de una manera exponencial desde el 2023. Me vi muy vulnerable y sin voz al principio, aún tengo pesadillas gritando auxilio y no dar emitido el sonido de socorro desesperada, hasta despertarme con el corazón a toda metralla de sentir.
Después ya me vi más curada, la panza dolía menos, el bebé crecía y las cosas se iban posicionando diferente, pero mi contexto era horrible, eso era lo que realmente no me dejaba respirar.
Una madre con metástasis incierta unida a un nacimiento, un futuro hermano huérfano desamparado, un novio y padre desbordado con huídas, gritos y yo, una madre colapsada, extresada, rota por dentro y por fuera e intentando mantener la calma todo el tiempo, pero era imposible, viví un postparto en estado de alerta y en estado de shock.
Aunque parezca de algún modo resiliente, bohemio o artístico, ya no quiero que mi fatídica vida sea carne de espectáculo.
Me separé temporalmente de la peor forma,
y desde ese punto de mi soledad acompañada y con mi bebé todo cambió. Sentí la mejor compasión y cura de mi vida.
Lloré mares, pero sané océanos.
Desde el pánico y la libertad de la jaula de la maternidad empecé a sentirme más sana y más consciente que nunca.
Mi vida ha sido una vida más, pero nuestra vida juntos, Edén y Tamila, esa vida es mi mayor obra de arte.
Toma biberón, duerme conmigo y no come sólido todavía (11 meses) y me suda el papo que a alguien no le guste. Ya lo digo para que se me juzgue con criterio.
Soy madre de un niño que tiene en los ojos el cielo y el mar,
Soy madre de un bebé que está creciendo,
Es blanco como la leche, rubio como un óxido diverso y tiene en los ojos la mejor historia del mundo.
Despertar y ver su carita reír
sentir lo que nunca pude sentir
Es su luz,
es mi templo.
Edén a mí me ha hecho repensarme hasta cuando creí que me había pensado mucho.
La compasión y la verdad sobre el ciclo de la vida me las ha dado conocer a mi pequeño caracol.
Cara
col
col
col
saca los ojitos al sol.
Soy madre y los domingos ya me dan igual y si me apuras el existencialismo también.